viernes, 30 de septiembre de 2011

Invierno


Parece que empieza a llover.


Veo cómo caen a pequeñas y tímidas gotas que empapan la tierra seca y árida, para luego escurrirse por las grietas del polvero, otrora época de verdes y fuertes hierbas.

Siento como la humedad se hace a mis ropas; lentamente el frío arropa mi cuerpo, hiela mis huesos, estrangula el paso del aire y dificulta el correr de mi sangre.

Ahora, nada escampa, todo se moja. Ante mis ojos, las cosas brillan solo por efecto del agua. Lúgubre, el mundo apenas aguanta, impotente ante el raudal del cielo.

Los grises grifos no pausan. No hay llave que los cierre. No hay quien los aplaque o logre una tregua.

Diluvia y no tengo paraguas.

No es la lluvia de vida, no. Es la lluvia que entristece y duele. Es la lluvia que arrastra en sus ríos las sonrisas y esperanzas. Es la lluvia de días opacos y lánguidos, que se imponen eternos. Es la lluvia que inunda todo sentimiento. Es la lluvia convertida en monzones de recuerdos.



- ¿Qué haces ahí? - Me pregunta un amigo -¡Vamos! Que el día está soleado, radiante y hermoso.

- Estoy en invierno y no quiero. Gracias. - Le respondo, sin secarme las lágrimas del rostro.