—¿Estás
allí?
—Sí.
—Sal.
—...
—¿Qué
haces?
—Tengo
miedo.
—No
te preocupes. Dame la mano. ¡Ven!
—¿Seguro?
—Pues
sí... Confía en mí... Eso es. ¿Ves? No pasa nada.
—Está
bien.
—¿Y
por qué te escondiste allí?
—...
—Me
hubieras llamado o también habrías podido avisarle a alguien o gritar.
—Lo
hice, pero tú no me escuchaste.
—Bueno...
yo sé que a veces los adultos nos ocupamos y descuidamos las cosas, pero me
hubieras insistido...
—Lo
hago siempre, pero tú no me oyes. ¿Te acuerdas la otra vez que me regañaste
porque me puse a llorar?
—Pues...
es que tú sabes que...
—Por
eso, yo estaba llorando y tú sólo me regañabas y te molestaste porque no yo no
podía dejar de llorar.
—Pero
es que tú sabes que no me gusta verte llorar...
—¿Ya
ves? Tú no me prestas atención y no te importo. Hace mucho que no juegas
conmigo, tampoco me hablas, y aunque yo te busque y trate de hablarte, me miras
raro o me ignoras, y te vas. Crees que, porque soy niño, no entiendo y que no
te puedo ayudar.
—Lo
que pasa es que hay cosas que aún no comprendes. A veces los adultos hacemos
cosas que los niños no saben por qué.
—Pues
por eso te pregunto, para que me enseñes o me ayudes a entender. Yo me doy
cuenta cuando estás llorando o cuando te molestas, o cuando tienes miedo
también. Aquí estoy. Tal vez yo sea muy pequeño, pero siempre he estado contigo
y siempre estaré.
—Jajaja,
¿y es que no piensas crecer?
—Justamente
ahí está el problema: tú eres quien espera y quiere que yo crezca, por eso, me
rechazas y te rechazas tambi...
—¡Ay,
mira, no empieces! ¡Vete a jugar con tus juguetes más bien! ¡Hablas de lo que
no sabes!
—Me
estás regañando otra vez...
—¿Ya
te vas a poner a llorar?
—...
—A
ver, ahora no tengo tiempo para eso; vine para ayudarte ¡y con las que me sales!
¡Ya no más!
—Es
que yo no soy quien necesita la ayud... No... No te vayas... ¡Por favor! No
apagues la luz otra ve...
Apagó la luz,
se alejó del espejo, y mientras se secaba una lágrima y refunfuñaba, remedó con
desprecio, frustración y decepción, la voz del psicólogo, cuando en aquella
mañana le decía: «Haz las paces con tu niño interior...».