miércoles, 31 de octubre de 2012

Disonancia mental


Hay momentos en que los que ni siquiera la música, por más alto el volumen, logra acallar mis pensamientos. Violines y pianos agudos, tambores bajos, profundos, son insuficientes.

Absurdo, ¿verdad? Pero no. No tengo forma de controlarlos. Ellos se subleban a cualquier intento de represión y me ganan; impotente, desesperado, resignado, termino sometido.

Debería sentirme orgulloso de ellos: guerreros, impávidos, invencibles; pero no. No cuando me desgarran y me atormentan. No cuando, inmunes a mi sufrimiento, se imponen y me dejan en atribulado estado, atrapado en su juego despiadado.

¿Cómo es posible que mi mente se preste para juegos macabros? ¿Cómo es posible que yo mismo sea víctima y victimario? ¿Qué soy acaso?

Insisto con la música (¿existe algo más potente?). Rompo mis tímpanos con sonidos que habitualmente me llevan al borde del éxtasis y emoción pura, pero ahora no; mis pensamientos gritan, cantan, suenan, truenan, retumban más fuerte que todo.

Añoro ser sinestésico: oír colores, ver sabores, palpar visiones, oler sonidos, trastocar mi cerebro, a ver si de alguna manera los sosiego, los acallo, los dejo por segundos en silencio.

¿Qué hago? No. Esa no es la pregunta: ¿Qué pienso?