Emprendo un viaje. No conozco el camino, solo sé el destino: un cambio.
Tal vez el viaje sea el principio del cambio;
tal vez el viaje complete el cambio;
tal vez el viaje me prepare para el cambio.
Desde este punto, sólo puedo advertir la inminencia de un cambio y del hecho de cambiar.
Desde este punto, sólo puedo advertir la inminencia de un cambio y del hecho de cambiar.
Tengo firmes esperanzas en que el cambio es positivo. A la larga, cualquier transformación lo es.
Obviamente, como todo lo que implica cambios, tendré dificultades y mi reacción será el aferro a lo acostumbrado, pero ante eso, solo tengo claro que tengo la fuerza suficiente para mantener el andar.
Hay miedos y apegos, por supuesto. Miedos a lo que debo soltar y a la misma acción de soltar; pero a la larga, esa es la vida: encuentros, desencuentros, idas, venidas, logros y pérdidas.
A pesar del temor, estoy tranquilo. Supongo que es algo bueno. Es un buen indicador de que esto tenía, tiene y tendrá que pasar.
Mi viaje está comenzando.
Mi viaje ya comenzó.
Comenzar a cambiar.