viernes, 16 de diciembre de 2022

¿Por qué?

Te quise hablar, pero no fui capaz. Algunas veces que lo hice, fueron las mismas veces que me arrepentí de hacerlo. 

Hoy, que tuve la oportunidad de hacerlo, sentí el impulso con más inclemencia que otros momentos, y si bien, ganas de saber de ti sobran a diario, con la esperanza de alegrarme el día por completo, también, por hablarte, el día pudo haber resultado doblemente amargo. 

No lo sé y ya ni lo sabré. La única alternativa es confesarlo en este escrito, con la necia y absurda idea de que lo leas, sumado a la remota posibilidad de que también llegaras a confesarlo conmigo. No obstante, dichas confesiones sólo tendrían cabida en un tiempo futuro, aquel en el que fuésemos amigos y ya no sintiésemos lo mismo; donde ya no nos importemos, ni lo que hacemos o lo que no hicimos. De esa manera, las confesiones tendrían sentido, porque de lo contrario, las consecuencias se enfilan en dos sentidos: ambos salimos bien librados y contentos, o uno de los dos saldría rotundamente (más) herido. Por eso, lo más sano es hacer el silencio debido.

En conclusión: no te hablé, ni tú me hablaste. A lo mejor, hasta tú puedes estar pensando lo mismo: 

«¿Por qué no le hablé?»

«¿Por qué no me habló?

«¿Por qué no hablamos?»

«¿Por qué?».

1 comentario:

  1. En ocasiones la herida tan abierta y tan cercana, actúa como la mayor protectora, cómo el sentido de supervivencia que otros días faltó.

    ResponderEliminar