miércoles, 2 de febrero de 2022

2 del mes 2 del año 22

Querido Dragón:

Hace bastante tiempo que no sé de ti. Son meses, semanas y días que lleva el conteo de la distancia y de tantos silencios, pero bueno... Te escribo para contarte un poco de mis acontecimientos.

Quisiera decirte que estoy bien, pero no es así. Durante una buena época lo estuve, pero el combustible de nuestras conversaciones y aprendizajes se fue extinguiendo paulatinamente, hasta el punto en el que hoy me siento perdido y desubicado de nuevo. Estuve fuerte, animado y motivado, cuando las esperanzas eran el aliento de la mañana, y aunque la constante presión de mis propios pensamientos hacían mella y mi energía optimista se drenaba por grietas, alcanzaba a terminar el día sonriendo a pesar de los malos ratos. Durante ese tiempo me sentí en equilibrio con todo y el yo pasado. 

Pero como te decía, la llama fue decreciendo...

En esta sensación de consumación, extraño el mundo que conocía; extraño ver el rostro de la gente sin una cobertura de miedo, en aquellas épocas donde respirar era algo invisible y ordinario; extraño la inocencia del tumulto, de los roces incautos con desconocidos y el movimiento de la masa, esa masa donde todos nos ignorábamos y paradógicamente, no teníamos rostro; extraño los abrazos melosos o amigables o profundos o personales o casuales, que me brotaban de forma natural, incluso en aquellos momentos cuando la única prevención provenía del otro por el simple contacto humano o por la percepción de invasión del espacio personal. 

Extraño eso y me extraño.

Hoy me percibo tan frágil como las cipselas de un diente de león en su estadio final, que con un mínimo soplido se atomizan en el aire. Cualquier dolor físico, mental o emocional se siente más profundo, crudo y hasta corrosivo. Hasta el acto de sonreír se vuelve cada vez más pesado, escaso y reacio. 

Y esto resulta contradictorio, porque por un lado soy insensible al mundo, pero por otro, con todo resulto siendo empático. Lo que antes era algo banal y lejano de otros, hoy se me antoja conmovedor. Lo que antes era importante y trascendental de mí, hoy ya no se me antoja.

No sé si supiste de todos estos cambios del mundo y de mí, o si los habías anticipado, pues seguramente son parte del eterno, necio y terco ciclo humano. En lo que llevo de conocerte, sé que nada nuevo te estaré contando, pero igual no importa. Consideré necesario sentirlo, pensarlo y finalmente, escribirlo.

Quiero que sepas que en este momento, todo lo que he aprendido de ti, me lo he cuestionado. No sé si este caos era evitable o si es justamente su resultado.

Por lo pronto, me despido con una certeza (aclarando que no es para ti en sí, si no que dicha certeza es más por mí) y es que cuando vuelvas, ya no estaré aquí. 

 

Atentamente:

El Humano.

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